Bibliografía:
WHO Media centre [base de datos en internet]. Evanston: OMS
[actualizada en julio de 2016; acceso 1 de diciembre de 2016]. Disponible en: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs204/es/
He elegido realizar la bibliografía de la hepatitis porque
me parece una enfermedad de especial relevancia para los profesionales sanitarios debido a la
mayor exposición a la que están expuestos. Esta mayor exposición se debe al posible
contacto con fluidos orgánicos y materiales contaminados.
La hepatitis B se define como una infección vírica del
hígado que puede dar lugar tanto a un cuadro agudo como a uno crónico. Es causada por el virus de la
hepatitis B (VHB) y es un problema de salud a nivel mundial ya que puede
convertirse en una enfermedad crónica y además conlleva un alto riesgo de
muerte por cirrosis o cáncer hepático. Sin embargo, esta grave enfermedad puede
prevenirse con una vacuna que es segura y eficaz (en un 95% de los casos).
Si hablamos de epidemiología, la máxima prevalencia de la
enfermedad se da en África Subsahariana y en Asia Oriental pues son zonas en
las que entre el 5% y el 10% de la población está infectada de forma crónica.
El VHB puede sobrevivir fuera del organismo durante siete
días, período en el cual puede infectar a personas no vacunadas. En zonas endémicas la forma de transmisión más
frecuente es de madre a hijo o de manera horizontal (exposición a sangre
infectada). Así la enfermedad crónica se da en lactantes o en niños que no han
cumplido los cinco años de edad. Es de destacar que la cronicidad en adultos se
da en menos del 5% de los casos. Otras formas de transmisión del virus son: a
través de sangre, líquidos corporales infectados, saliva, líquidos menstruales,
fluidos vaginales y semen.
También se transmite con la reutilización de agujas
y jeringas tanto en el entorno sanitario como entre consumidores de drogas; con
procedimientos médicos, quirúrgicos y dentales y, finalmente, con la aplicación
de tatuajes, con el uso de cuchillas de afeitar y objetos semejantes
contaminados.
La mayoría de los afectados no tienen síntomas durante la
fase de infección aguda, pero las personas que sí que los presentan suelen
manifestar: ictericia, orina oscura, cansancio constante, náuseas, vómitos y
dolor abdominal. Una pequeña parte de los pacientes padecen una insuficiencia
hepática que conlleva un riesgo importante de muerte. La hepatitis aguda puede
convertirse en crónica en un pequeño número de casos.
La probabilidad de que la hepatitis se cronifique depende de
la edad a la que se produzca la infección. Así la probabilidad de padecer una
hepatitis crónica es mayor en niños menores de 5 años. La cronicidad en adulto
se da en menos del 5% de los casos pero entre un 20 y un 30% de los enfermos
crónicos desarrollarán cirrosis y/o cáncer hepático.
En el diagnóstico de la hepatitis B se emplean pruebas de
laboratorio que permiten diferenciar la hepatitis aguda de la hepatitis
crónica. Estas pruebas se centran sobre todo en identificar el antígeno de la
superficie del VHB que es el HBsAg.
-En la hepatitis aguda se identifica el HBsAg, la presencia de
inmunoglobulina en el antígeno del núcleo y el antígeno E. La presencia de este
último indicaría que el virus se replica con rapidez y que tiene una alta
probabilidad de contagio.
-La infección crónica se caracteriza por la persistencia
durante más de 6 meses del antígeno HBsAg.
En cuanto al tratamiento, distinguimos el dado a pacientes
infectados con hepatitis B aguda que el dado a infectados con hepatitis B
crónica.
La hepatitis B aguda
no tiene tratamiento por lo que la atención se limita a mantener el bienestar
de la persona así como mantener un equilibrio nutricional adecuado (sobre todo
hay reposición de líquidos por náuseas y diarreas).
La hepatitis crónica se suele tratar con antivirales orales
pues éstos son más potentes, rara vez interaccionan con otros fármacos y tienen
poco efectos secundarios. Hay que destacar que el tratamiento no cura la
enfermedad sino que ralentiza la replicación del virus. Otra opción son las
inyecciones de interferón, aunque requieren un seguimiento exhaustivo.
El principal pilar de la prevención es la vacunación. La OMS
recomienda que ésta se administre a los lactantes preferiblemente antes de las
24 horas de vida.
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